En un mundo que está mirando a la vez hacia la globalización y la localización, el papel del traductor está cada vez más visible. Sin embargo, ser traductor no es tan fácil como parecería. Para eso hay que no sólo conocer muy bien el idioma, sino enamorarse de ese idioma también, ya que ser traductor es un trabajo bastante tedioso, que lleva mucho tiempo. Por lo tanto, la pasión en lo que haces es imprescindible. Además, no es suficiente manejar muy bien la lengua; se necesita también el conocimiento de la cultura y, ahora más que antes, el manejo de las herramientas tecnológicas. De hecho, la industria de la traducción está viendo una relación traductor-máquina cada vez más fuerte y más inevitable. Si al principio se intentaba eliminar la aportación humana a la traducción, con el tiempo se llegó a entender que el futuro de este entorno queda en la combinación de los dos factores: el factor humano y el software. ¿Por qué? Porque ser competitivo hoy implica saber cómo responder a la necesidad creciente de traducciones, a la amplia gama de sujetos y tipos de traducciones, todo esto relacionado con el factor «tiempo». Y como la lengua sigue desarrollándose, la cultura sigue cambiando y el software sigue siendo más complejo y variado que antes, el traductor se encuentra todo el tiempo en el centro de un proceso continuo de aprendizaje. Y aquí me refiero no sólo al aprendizaje desde un punto de vista lingüístico. Es obligatorio saber también cómo administrar su negocio. El traductor moderno y especialmente el freelancer es también una persona de negocios, porque si él no sabe cómo gestionar sus actividades (cómo seguir los pasos dentro del «chaín value») es muy probable que no pueda ganarse la vida en el mercado. Por consiguiente, el traductor del siglo XXI tiene que ser una persona abierta a la novedad, a las nuevas tecnologías y tiene que mantenerse también en contacto con todo lo que significa el cambio y la evolución de una lengua junto con su cultura.